
Mientras miro por la ventana del pequeño café del centro, no puedo dejar de mirar la fría ciudad con desdén. Siento como si al mirarla mi alma se fundiera con ella, mi corazón se helara y todo dentro de mi se oscureciera y se volviera gris. Así es mi Madrid, lleno de humos, de gente abrumada del estrés causado por millones de problemas, trabajo, amor, salud, dinero... Me entristece ver pasear a las familias. Los niños de miradas perdidas en la gran ciudad, y entonces recuerdo mi dulce infancia. La niñez en el pueblo rodeado por campos verdes donde jugar. Allí donde podía tomar el sol sobre la hierba, rodeada de flores de mil colores. A la invadida por las fragancias que arrastraba hacia a mi la suave brisa de la primavera. En un suspiro vuelvo a la realidad y tomo un sorbo de café. Sin saborearlo demasiado mis sentidos se llenan de amargura, tal como si en vez de la dulce azúcar hubiera puesto sal, un café con sal. De nuevo dirijo mi mirada hacia la ventana .Esta vez contemplo el cielo que cada vez se oscurece más por las densas nubes que comienzan a cubrirlo. De esta manera mi día termina de oscurecerse y la ironía hace una clara presencia en él. Recordándome lo que pudo ser y no fue.



